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Se le vio siempre a la Hna. Ubaldina como el alma enamorada presta al mandato del Señor, a la apertura temprana, al silencio contemplativo, a la prudencia de la mujer perfecta. Su compañía era festiva y segura, siempre hubo en sus labios la palabra verdadera que anima, que respeta.
Hizo de la caridad fraterna y pastoral el timón de su vida, y crepitando en su pecho el ardor lleno de misericordia, la llevó por los caminos polvorientos de la ciudad, las veredas, las playas… para enseñar la ciencia de amar, a los campesinos, los marginados y necesitados del amor de Dios en sus vidas.