¡Que feliz he sido!
Dar una mirada a lo que ha sido mi vida en la Congregación como Misionera de Santa Teresita, durante 34 hermosos años, tres entre el Prenoviciado y Noviciado, 31 de Profesa, me causa un profundo gozo interior y despierta en mí sentimientos de profunda gratitud al Señor que no ha dejado de sorprenderme con sus delicadezas “Tu me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos conoces mis pensamientos, todas mis sendas te son familiares…” (Sal 138)
He vivido rodeada del amor misericordioso de Dios. Los acontecimientos de mi vida a veces marcada por el miedo o el dolor, el principal, la muerte prematura de María Celina, mi doblemente hermana por la sangre y el espíritu, pero la mayor parte de ellas en alegría por la predilección de Dios al haber escogido para sí tres miembros de mi familia para ser mujeres consagradas en este Instituto.
En cada amanecer agradezco al Señor el don de mi vocación a la vida religiosa misionera, y me gusta hacerlo con la siguiente oración, que una vez encontré en una estampa siendo novicia: “Gracias Señor por haberme llamado tan misericordiosamente a tan sublime vocación. Gracias por haberme soportado. Gracias por no haberme arrojado a causa de mis muchos pecados, infidelidades y miserias. No te canses de soportarme y que tú divina venganza consista en darme un celo cada día un celo más ardiente por la salvación de las almas, amor por mi vocación y la perseverancia en ella hasta mi último suspiro. Ese último suspiro de mi vida te lo entrego como un canto de amor a ti por tan inmerecido llamamiento y un acto de caridad perfecta que me permita unirme a ti eternamente. Amén”.
Desde que fui consciente de la llamada de Dios a la vida religiosa, no dudé un minuto de que quería ser misionera Teresita. Esta certeza la cultivaron mis maestras en el colegio – las Misioneras Teresitas, allá en aquel frio y pequeño pueblecito llamado San José de la Montaña – y Dios allanó el camino, y me condujo a la Congregación, porque di con unos padres extraordinariamente generosos que no dudaron en apoyar mi decisión, pasando por alto que yo podía ser una solución a la precaria situación económica de la familia.
La experiencia de haber entrado en contacto como Misionera Teresita, con los niños, los jóvenes, adultos y ancianos, afro colombianos, indígenas, campesinos, colonos, hombres y mujeres de la ciudad, el pueblo, el campo, la selva, me ha abierto la mente y el corazón, me ayuda a ver y vivir los acontecimientos actuales de mi vida y entorno, con mirada distinta, más abierta, comprensiva y misericordiosa, contrario a lo que hubiera sucedido si no hubiera abierto mi abanico a estas experiencias.
He disfrutado mucho, muchísimo, con la riqueza cultural que se ha ido dando en la Congregación mediante el ingreso de religiosas llegadas de diferentes países latinomaericanos y del continente africano, por nuestras relaciones de igual a igual, de cercanía, de fraternidad. Con ellas nuestra convivencia se ha enriquecido, nos vamos complementando mutuamente y vamos descubriendo que tenemos muchas cosas en común a pesar de lo retirado de los países de procedencia y las diferencias físicas de nuestras razas.
En estas tres décadas de caminada en vida religiosa misionera he tenido bellas experiencias de vida fraterna en sencillez, alegría, paciencia, pobreza, humildad, procedentes del testimonio y la valentía de muchas de mis Hermanas para afrontar las dificultades sin desanimarse. Siempre dispuestas a marcar con el sello del amor y la esperanza, la vida.
He sentido la cercanía de Dios Padre, del cual siempre he querido ser testigo, en las situaciones de violencia y guerra que se viven en la patria y en el mundo entero. Dios tan cercano a mí que hasta lo puedo tocar, me repite al oído una y otra vez: “ No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia. “Isaías 41:10. La seguridad de su preocupación por mí y toda la humanidad se ha convertido en mi punto de apoyo, mi palanca, mi certeza. En medio de tanta guerra y corrupción, he aprendido a vivir agradecida, muy agradecida, altamente agradecida y feliz porque Dios es mi riqueza, mi Señor, la alegría de mi corazón.
En el contexto en que me encuentro actualmente, sirviendo en la secretaría general de la Congregación, soy feliz. Procuro hacerlo con todo el amor de mi corazón y afianzarme en el seguimiento de Jesús haciendo todo con alegría, aunque haya imperfecciones.
Soy feliz, muy feliz porque con amor eterno me ha amado el Señor. Jeremías 31, 3
Hna. Elvia Lucía Posada Uribe
Misionera Teresita